Catalepsia: entre la vida y la muerte
El miedo a la muerte es tan ancestral como el ser humano. Pero más que a la muerte o a lo que pueda haber más allá, también se teme al sufrimiento, a la agonía. Y no hay muerte más horrible que agonizar en tu propia sepultura: ser enterrado vivo. Aunque parezca mentira, esto ha sucedido en bastantes ocasiones.
La principal culpable de estas llamadas muertes aparentes es la catalepsia, una enfermedad del sistema nervioso que suspende completamente todas las sensaciones y provoca la pérdida del movimiento voluntario del cuerpo.
En un estado cataléptico, el cuerpo adquiere el aspecto de alguien muerto: muy bajo ritmo cardíaco, extrema palidez e incluso algo muy similar al rigor mortis. Con estos síntomas, no es de extrañar que se pueda confundir un episodio cataléptico con una verdadera defunción, sobre todo porque ese estado puede durar un tiempo considerable, en casos muy extremos, incluso meses.
Desde luego, la catalepsia es más que una enfermedad; es una experiencia cercana a la muerte que puede acabar con el paciente despertando de su letargo bajo tierra y habiendo asistido a su propio funeral. Sus causas pueden ser muy diversas, e incluso sobrevenir de manera repentina. Una derivación de la esquizofrenia, alteraciones del sistema nervioso, un severo trauma emocional, la epilepsia o incluso una consecuencia de la hipnosis, son las más conocidas.
Incluso puede ser un estado al que es posible llegar voluntariamente; muchos animales fingen así su propia muerte para huir de un peligro súbito. Hace años, cuando no existían estetoscopios o fonendoscopios para saber a ciencia cierta si alguien había fallecido, el terror a ser enterrado vivo hacía que los testamentos se llenaban de cláusulas rogando un velatorio muy prolongado o incluso que se le abriesen las venas para asegurarse de que el cuerpo de uno estaba muerto y bien muerto.
Inteligencia emocional
La inteligencia emocional es la capacidad para reconocer sentimientos propios y ajenos, y la habilidad para manejarlos. El término fue popularizado por Daniel Goleman, este estima que la inteligencia emocional se puede organizar en cinco capacidades: conocer las emociones y sentimientos propios, manejarlos, reconocerlos, crear la propia motivación y gestionar las relaciones.
Según esto nuestro cociente de éxito se debe un 23% a nuestras capacidades intelectuales y un 77% a nuestras actitudes emocionales. Se ha comprobado que el hecho de hablar sobre las propias emociones tiene un efecto sedante sobre el sistema nervioso.
Las personas con habilidades emocionales bien desarrolladas tienen más posibilidades de sentirse satisfechas y ser eficaces en su vida, y de dominar los hábitos mentales que favorezcan su propia productividad; las personas que no pueden poner cierto orden en su vida emocional libran batallas interiores que sabotean su capacidad de concentrarse en el trabajo y pensar con claridad.
Tenemos que aprender y ser capaces de describir nuestros sentimientos con palabras y una vez que los reconozcamos nuestra posibilidad de controlarlos es mucho mayor, es importante hacerlo porque nuestro estado anímico influencia en gran medida lo que hagamos. Cuando esta triste, se mostrara retraído. Cuando está contento, derrochara buen humor. Pero si no sabes como estas, entonces tampoco sabe cuál es su forma de actuar más probable, y por tanto no estarás seguro de ponerla en práctica.
Es importante recordar que las emociones llamadas “positivas” pueden tener aspectos peligrosos o inconvenientes, pues el entusiasmo puede conducir a un comportamiento impulsivo. Entrenarse en el desarrollo de las actitudes emocionales permite desarrollar la capacidad de manejar las emociones idóneas para cada acción y regular su manifestación, manteniendo el equilibrio emocional; transmitiendo estados de ánimo para generar actitudes y respuestas positivas; aprendiendo a evaluar el “ costo emocional” de situaciones y acciones; desarrollando destrezas sociales, forjando y manteniendo relaciones con clientes, proveedores, colegas, etc.…; realizando un plan de aplicación en el terreno de nuestra esfera de influencia empresarial y laboral, extendiéndolo a la vida familiar y social.
La estructura emocional básica puede ser modificada mediante una toma de conciencia y cierta práctica.
La persona asertiva
La persona asertiva es la que se preocupa de ella misma, de sus derechos y de los derechos las otras personas. Le gusta conocer a los demás en un plano de igualdad en lugar de querer estar por encima de ellos.
La persona asertiva suele ser la única de los tres tipos que acaba consiguiendo las metas que se ha propuesto. La agresiva en un principio puede creer que ha ganado, pero al final habrá sembrado un ambiente tan malo a su alrededor que nadie le será leal y no tendrá en quién confiar. La persona pasiva por lo general no se propone ninguna meta, porque está convencida de que nunca podrá alcanzarla.
El respeto hacia los demás y ser consciente de que también tienen sus derechos y necesidades es lo que distingue a la persona asertiva. Su meta es que todos salgan ganando, y por eso está dispuesta a negociar y a comprometerse de forma positiva.
Cuando hace una promesa siempre la cumple y ésa es la razón por la que quienes están a su alrededor confían en ella. Puesto que está en contacto con sus propios sentimientos, puede explicar a los demás cómo se siente -aunque sus sentimientos sean negativos por algo que le han hecho o dicho- y hacerlo sin ofender a nadie.
Interiormente la persona asertiva se siente en paz consigo misma y con los que tiene cerca. Se enfrenta a cada nuevo reto de una forma positiva, gracias a su confianza y a la conciencia de sus propias limitaciones.
Está preparada para asumir ciertos riesgos cuando se trata de poner en práctica nuevas ideas e invertir en nuevas empresas. A veces las cosas no funcionarán como esperaba, pero una persona asertiva sabe que todo el mundo puede equivocarse y que hay que aprender de los errores. La asertividad significa que no es necesario robar las ideas a nadie o dar una puñalada por la espalda. Cuando las cosas van bien sabe reconocer su éxito y sentirse orgullosa -que no es lo mismo que alardear- de lo que ha conseguido.
Es una delicia relacionarse con una persona asertiva. Su entusiasmo puede ser contagioso y a menudo inspirará a los demás para que tengan una visión más positiva. Puesto que no es manipuladora y no hace las cosas a escondidas, los que están a su alrededor confían en ella y cooperan.
Su serenidad interna le permite estar más tranquila y, por ende, tiene mayor capacidad para dirigir su energía a cualquier meta que se haya propuesto. Puesto que raramente tiene altibajos emocionales, su conducta ante los demás es coherente y la comunicación siempre está abierta.
Por lo que hemos dicho se entiende que una persona asertiva casi siempre se encuentra bien consigo misma. Gracias a ello hace sentirse bien a los demás.
El respeto hacia uno mismo y hacia los demás es una parte fundamental de la actitud asertiva.
La envidia, un mal que aqueja a muchos
La envidia es ese mecanismo psicológico que no permite que nadie tenga ni sea mejor que uno.
No hay nada más envidiable en la vida, que la suerte de quien posee el juguete que uno mismo quisiera tener. De modo que en esta competencia, abierta, en la que uno ambiciona ser y tener lo que es y tiene el otro, es casi natural que el envidioso busque por todos los medios, la caída de su rival, impulsado por esa creencia innata de que nadie es tan capaz y perfecto como uno mismo.
En la envidia todo vale: la ley de la selva y sálvese quien pueda. Los envidiosos difaman, insultan, acusan y cuando no les quedan más argumentos, transforman la mentira en verdad y la verdad en basura. La envidia es el pecado capital del individuo y la hermana melliza de la hipocresía. Afecta más a los frustrados que a quienes son envidiados por su belleza, inteligencia, triunfo profesional, fama o fortuna.
Nunca concebí como el ser humano puede gozar con la desgracia ajena, y entristecerse con la felicidad del prójimo. Es un ser peligroso ¡ojo!, el envidioso se disfraza casi siempre de amigo, para causar un daño en el momento menos esperado, pues es un ser astuto que, aun siendo un pobre diablo, se ufana de tener más sapiencia y experiencia. Cuando aparece un envidioso, lo mejor es avanzar con los oídos tapados y los ojos bien abiertos, para no escuchar los falsos cantos de sirena, ni caer en las trampas que va dejando a cada paso.
La envidia es un arma peligrosa que, puede herir o agredir. Los envidiosos, tienen un denominador común: suelen ejercitar la maledicencia y el gusto por encontrar defectos al sujeto en cuestión, con el fin de exaltar sus debilidades y menoscabar sus virtudes.
El envidioso está acostumbrado a meter cizaña, con el propósito de lograr sus objetivos a base de engatusar y confabular mentiras.
“La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come” Quevedo.
Esta sociedad capitalista ha convertido todo en un producto, en un objeto, impulsando la competitividad malsana, olvidándonos de lo realmente importante.
La admiración a determinadas personas, no significa tenerles envidia, es saber valorarlas y valorarse.
Si sufres las miradas y las palabras de una persona envidiosa, trata de pasarlas por alto, no eres responsable de su sentimiento, intenta descubrir la envidia a tiempo, te evitarás muchísimos problemas, no desarrolles confianza con personas envidiosas.
Castiga a los que tienen envidia haciéndoles bien (proverbio árabe).
Las máscaras internas
El carnaval es una época de colorido, donde niños, adultos, grupos, comparsas, carrozas y calles se llenan de alegría y cordialidad.
Un disfraz es un “artificio para desfigurar una cosa con el fin de que no sea conocida”. Se usan vestiduras para distinguir a personas, por su condición social o sexo, diferente a los de las personas que se disfraza. Se pueden adoptar para diferentes finalidades, ocultar la verdadera identidad o permitir realizar ciertas aventuras.
El disfraz tiene su origen en la mitología grecorromana. Consistía en colocarse una máscara de sátiro para que las ninfas accedieran a mantener relaciones sexuales, era una fiesta orgiástica y de fecundación.
A medida que se unen las tradiciones paganas y lo religioso, pierde la idea original, derivando en el carnaval actual.
E l ser humano ha utilizado el disfraz para simplemente divertirse, pero también liberar impulsos y los deseos más reprimidos y hasta para cometer crímenes. Quizá sea esta la razón que convierte al disfraz en una autentica desdramatización de los deseos más recónditos de la personalidad-
El verdadero éxito del disfraz reside en quien lo lleva no sea reconocido como la persona que es, sino como la deseada, permitiendo modificar nuestra realidad, para realizar un sueño. El pobre se puede convertir en príncipe, el bueno en malo, el hombre en mujer, el blanco en negro…Las personas encarnan por unas horas, la vida de aquellos personajes que siempre les hubiera gustado ser.
Cualquier disfraz o máscara, refleja algo que nosotros mismos no nos atrevemos a revelar cuando nos vestimos. El individuo se libera de su identidad y sale a la calle para dar rienda suelta a la libre manifestación de su cuerpo y del espíritu. El disfraz permite sacar temporalmente la máscara que siempre llevamos. La sociedad impone ciertos roles que a veces enmascaran nuestro verdadero ser, una parte de nosotros mismos esta enmascarada, y cuando nos disfrazamos, nos permitimos ser, como en realidad quisiéramos y después nos volvemos a colocar la máscara de nuestra personalidad socializada.
La vanidad: el “Ego” que nos pierde a veces.
Algunas veces hemos visto en los demás un comportamiento que hemos tachado de vanidoso. Hemos visto en ellas una excesiva confianza y una creencia aparente de tener una capacidad propia y una atracción muy por encima de otras personas y cosas. La vanidad es el orgullo basado en cosas vanas. Se caracteriza por comportamientos como la arrogancia, el envanecimiento (no hay nada detrás, mucha apariencia) y deseo de ser admirado por el alto concepto de los propios méritos; su vanidad es mayor que su inteligencia, los individuos vanidosos son a veces menos inteligentes. Son personas que se vanaglorian de lo que hacen, de lo que son, de la imagen que dan; manifiestan con frecuencia engreimiento, petulancia, pedantería.
Las personas vanidosas por lo general, lo que intentan es engrandecerse ellas mismas para poder tranquilizar esa inseguridad que es simplemente la confirmación de que no hay nada de cierto en esa publicidad gratuita que lanzan constantemente proclamando sus virtudes.
A veces decimos con frecuencia que tenemos el “Ego” subido. Es la idea de uno mismo subida por encima de la realidad, la máscara, el papel que estamos desempeñando; supone una forma distorsionada de afirmar y vivir la existencia, estamos en una cultura predominante en la que la inmensa mayoría de las personas no les interesa “lo que es”, sino “como se ven” o, que calidad de imagen proyecta, les interesa la imagen más que la objetividad. Y así, el hombre de la sociedad se lanza a participar en esa carrera de las apariencias, en el típico afán de quien engaña a quien, de cómo lograr mejor impresión. Jugamos a las etiquetas, a las formas sociales y exhibiciones económicos para competir por la imagen social, un combate en el que los seres humanos no les interesa ser, sino parecer.
La vanidad como hemos dicho es un afán excesivo de ser admirado, es un defecto menor, que a veces hasta resulta gracioso, cuando no se desorbita. Nada embriaga tanto como los elogios. El poder, la gloria y los honores son de naturaleza narcótica y adictiva. Saber reconocer sus sentimientos, su necesidad de reconocimiento es muy importante para salir de ese egocentrismo.
La estrategia preventiva ante la depresión
La depresión en la sociedad actual ha pasado a ser algo cercano. Se puede vencer la depresión pero lo esencial, es prevenirla. Las estrategias para salir de ella, puede requerir que la persona “crea” que es posible curarse y, que “desee” que se produzca un cambio en su vida.
Una vez dentro de la depresión resulta difícil que se den estas condiciones, de ahí el énfasis en la prevención, conocer lo que realmente es, nos ayuda a perder el miedo.
El síntoma psicológico principal es la profunda tristeza, incluyendo la melancolía, decaimiento, desanimo, apatía. La persona tiene una imagen negativa de sí mismo, no ve ni futuro, ni esperanza. Se siente culpable, inútil, vacía, sin ganas de vivir, ideas autodestructivas, baja su rendimiento intelectual y su capacidad para concentrarse y tomar decisiones.
Síntomas físicos: cansancio, insomnio, pérdida de motivación sexual, llanto, pérdida de peso. Las relaciones interpersonales se reducen y se tiende al aislamiento y la incomunicación.
Es importante analizar, reflexionar y profundizar en cada una de estas depresiones y resulta más sencillo y útil hacerlo desde fuera de la depresión, que una vez dentro. La fuerza de voluntad probablemente no sirva de gran cosa. Es preferible querer y creer que es posible cambiar, antes de hacer las cosas a la fuerza.
Hay que evitar el aislamiento, la inactividad, los sentimientos de culpa, el pensamiento negativo, la autocompasión y la compasión de los demás. Conviene que no se produzcan cambios bruscos en nuestro estilo de vida que puedan generar ansiedad, no dejar de fumar. El consumo de alcohol puede agravar la depresión.
Debemos dirigir adecuadamente nuestra mente, evitando las ideas negativas y obsesivas. Es importante hacer algo, estar ocupado, organizar bien nuestro tiempo: cultivar las aficiones, lectura música….
La amistad con personas que nos acepten sin juzgarnos, ponernos en el lugar de los demás, nos permite salir de nosotros mismos. Procurar un pensamiento más positivo y mejorar la autoestima, la solución está en nuestras manos, aceptando nuestro estado, sin buscar explicaciones. Aceptarnos tal y como somos, evitar juzgarnos.
El análisis y la reflexión nos ayudan a conocernos mejor, usando la imaginación para encontrar alternativas, cuidar la salud física con ejercicio físico moderado, horarios regulares, sueño suficiente, alimentación sana y equilibrada, técnicas de relajación, meditación.
Los seres humanos nos auto limitamos sin motivo, cuando tenemos pleno derecho a vivir mejor. Nos merecemos ser felices. Si empezamos desde hoy mismo a cambiar, a mejorar y a buscar un mayor equilibrio psicológico probablemente la depresión tenga poco que hacer con nosotros.
Síndrome de Diógenes
La observación de casos repetidos de mayores con comportamientos extremadamente huraños que vivían recluidos en sus propios hogares y rehuían cualquier contacto con otras personas motivó la aparición en la década de los 60 de un trabajo científico que detallaba este extraño patrón de conducta.
Los síntomas de este síndrome son: Aislamiento social, reclusión en el propio hogar y abandono de la higiene son las principales pautas de conducta. Las personas que lo sufren pueden llegar a acumular grandes cantidades de basura en sus domicilios y vivir voluntariamente en condiciones de pobreza extrema. El anciano suele mostrar una absoluta negligencia en su autocuidado y en la limpieza del hogar. Suelen reunir grandes cantidades de dinero en su casa o en el banco sin tener conciencia de lo que poseen. Por el contrario, piensan que su situación es de pobreza extrema, lo que les induce a ahorrar y guardar artículos sin ninguna utilidad. Es frecuente que almacenen cantidades grandísimas de basura y desperdicios sin ninguna utilidad. Incluso se han visto casos de personas que atesoraban billetes antiguos sin curso legal, bombonas de butano o latas de pintura.
El tratamiento para estas personas va dirigido a tratar las posibles complicaciones derivadas del mal estado nutricional e higiénico. Sin embargo, acto seguido es necesario instaurar medidas preventivas para que el cuadro no vuelva a repetirse. Para ello se necesita un apoyo social suficiente, a través de una institución geriátrica o de asistencia domiciliaria. El problema es que los propios afectados suelen rechazar la ayuda social. Si no están incapacitados por motivo de alguna patología psiquiátrica de base o una demencia, no pueden ser ingresados en una residencia sin su consentimiento, con lo que termina volviendo a su tipo de vida anterior.
Suele darse en ancianos con cierta tendencia al aislamiento, aunque también intervienen otros factores estresantes de la edad tardía como las dificultades económicas o la muerte de un familiar, y sobre todo, la soledad. La posición socioeconómica no protege de su aparición, ya que se conocen casos de personas que padecían el síndrome que poseían títulos universitarios, con un alto nivel económico y carreras profesionales brillantes. Consejos a las familias Los familiares deberían vigilar a sus mayores que viven solos especialmente si han observado algún factor de riesgo, como un comportamiento huraño o un aislamiento voluntario. No obstante, con frecuencia resulta difícil ayudarlos ya que son ellos los que evitan todo tipo de atención. Esto hace que a veces llegue incluso a debatirse si se trata realmente de una enfermedad o sólo un estilo de vida.
Bulimia
Las personas que padecen bulimia son incapaces de dominar sus impulsos que les lleva a comer, pero el sentimiento de culpa y vergüenza tras ingerir algunos alimentos, les lleva a una purga (vómitos inducidos o empleo de laxantes, diuréticos o ambos), regímenes rigurosos o ejercicio excesivo para contrarrestar los efectos de las abundantes comidas.
Los bulímicos tienen cerca de 15 episodios de atracones y vómitos por semana y, en general, su peso es normal, por lo que resulta difícil detectar la enfermedad. En un solo atracón puede llegar a consumir de 10.000 a 40.000 calorías.
Los síntomas de la bulimia los podemos dividir en: físicos, conductuales, cognitivos y emocionales. Entre los físicos, en primer lugar encontramos, el signo de Russell, callosidades en el dorso de la mano que se forman como consecuencia de provocarse el vómito. Se puede dar tanto diarrea como estreñimiento. Vómitos y a consecuencia de ellos pueden originarse problemas dentales como caries, perdida de esmalte y piorrea. Signos de malnutrición.
Entre los síntomas conductuales el más característico es la conducta desordenada relacionada con la comida, comer a escondidas, grandes ingestas de alimentos, periodo de ayuna entre crisis, conductas purgativas, etc. Las conductas desordenadas se dan en otros aspectos de su vida, superditan su comportamiento al propio estado de ánimo o a condiciones ambientales, pudiéndo darse por este motivo absentivo laboral o escolar y una disminución del rendimiento. Las personas con bulimia manifiestan con frecuencia amenazas de suicidio.
Entre las alteraciones cognitivas destacamos que, a diferencia del anoréxico, la persona bulímica si tiene conciencia de su enfermedad pero lo oculta por vergüenza. Aunque sí se mantienen pensamientos erróneos en relación con la comida, el peso, la figura, manifestando una preocupación excesiva por los mismos. El bulímico suele tener un autoconcepto negativo, pues su falta de control la atribuye a poca voluntad, además suele fijarse metas por encima de sus posibilidades, por lo que raramente las alcanza.
Los síntomas emocionales incluyen cambios bruscos de humor e irritabilidad, desprecio por sí mismos, ansiedad, miedo a ganar peso y deseo convulsivo de perderlo y en los casos más graves o avanzados pueden llegar a desarrollar fobia social.
Trastornos de la alimentación: anorexia
La anorexia es un rechazo de la alimentación, como consecuencia de un deseo obsesivo de adelgazar, que se manifiesta como negativa a comer o a retener alimento. Afecta más a mujeres entre 10-30 años. Este deseo de estar delgado puede conducir a la muerte por inanición.
La anorexia nerviosa consiste en una alteración grave de la conducta alimentaria, que se caracteriza por el rechazo a mantener el peso corporal en los valores mínimos normales. Existe miedo a ganar peso y una alteración significativa de la percepción del cuerpo.
El síntoma mayor es la disminución o pérdida del apetito. Al principio es el paciente quien se impone el ayuno, hasta que a partir de cierto momento desaparece realmente el deseo de comer. Evita alimentos que engordan y a veces se provoca el vómito y utiliza laxantes. Aunque pierdan peso se siguen considerando obesos. Pierden peso con ayunos prolongados, reducción extrema de comidas, provocando el vómito auto inducido, utilizando laxantes y diuréticos y realización de ejercicio extenuante.
Su causa es desconocida, pero los factores sociales parecen importantes, se da en chicas de nivel intelectual alto, rol sexual poco definido, solteras y los medios de comunicación y su influencia. Aunque hay muchos factores socioculturales que pueden desencadenar la anorexia, es probable que una parte de la población tenga una mayor predisposición física a sufrir este trastorno, independientemente de la presión que puede ofrecer el entorno. Por ello existen de factores generales que se asocian a un factor desencadenante o cierta vulnerabilidad biológica que es lo que precipita el desarrollo de la enfermedad.
La propia obesidad del enfermo, obesidad materna, muerte o enfermedad de un ser querido, separación de los padres, alejamiento del hogar, fracasos escolares, accidentes, sucesos traumáticos.
Las consecuencias clínicas, los síntomas son: las pulsaciones cardiacas se reducen, se producen arritmias, baja la presión arterial, desaparece la menstruación (amenorrea), disminuye la masa ósea, disminución de la motilidad intestinal, anemia, aparece un vello fino y largo (lanudo), estreñimiento crónico, disminución del gasto energético, piel deshidratada, seca y agrietada, coloración amarillenta en las palmas de las manos y las plantas de los pies, las añas se quiebran, perdida de cabello, problemas con los dientes, hinchazones y dolores abdominales.
La anorexia es una enfermedad mental y debe tratarse como tal.